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Septiembre 2019: El paso de la Esfinge

Estos últimos meses no han sido fáciles para much@s de nosotr@s. El desafío a nivel colectivo que supone la inminente conjunción de Saturno-Plutón en Capricornio (recordemos que históricamente ha estado muy asociada con guerras mundiales y/o periodos de crisis estructural global) se ha venido haciendo notar de manera creciente con visos de continuidad. Ya sea a nivel individual (por posición o aspectos en nuestros mapas natales) o a nivel general como influencias colectivas, posiblemente hemos podido percibir los con frecuencia incómodos síntomas de reestructuración que este reloj arquetípico marca. A nivel global, aunque hay otros temas candentes significativos, si hay algo que esta marcando con altísima incidencia el ambiente en este periodo, sin duda es la crisis climática. En mi opinión, a mediados de Abril, y coincidiendo con que Saturno y Plutón se pusieron ambos estacionarios conjunto al Nodo Sur, atravesamos un umbral energético preludio de lo que vendría. La entrada del túnel fue indicada por varios signos, entre ellos la primera foto de un agujero negro (asociado a Plutón) o el mediático incendio de Notre Dame. Este último se puede tomar como un signo de caída de estructuras ideológicas si lo relacionamos con la religión (hubo templos de varias tradiciones incendiados ese día), pero no se puede obviar el hecho sobradamente conocido de que muchos o la mayoría de los santuarios católicos a la Virgen se edificaron sobre antiguos asentamientos paganos dedicados a la Diosa, siendo quizás Notre Dame el más conocido a nivel mundial. Nuestra señora—la Virgen, figura sujeta aún hoy en día a una poderosa y masiva devoción mágico-mítica— es una conveniente traslación que los ideólogos del catolicismo hicieron de la Diosa de muchos nombres, entre ellos Gaia, la Gran Madre, la conciencia del planeta que habitamos, uno de los despliegues fractales del aspecto femenino de la divinidad (1). La conciencia de que “nuestra casa está en llamas”, como decía Greta Thumberg esos días de Abril en su intervención en la ONU se ha hecho para muchos estas últimas semanas de Agosto ineludiblemente presente.





No es nada fácil gestionar el desánimo, la impotencia, la desesperanza, frustración… que pueden inundarnos al ser testigos y partícipes de este tiempo de crisis climática (ojo, que la crisis estructural tiene muchos niveles: patriarcado, capitalismo, paradigma positivista, conciencia egóica... lo del clima y el planeta es lo más notorio, muy simbólico al mismo tiempo). No debió serlo para las generaciones que vivieron las guerras mundiales, con configuraciones parecidas. Nuestra época es diferente, sí, la información y el contacto global son más accesibles, pero también lo son los medios de distracción, manipulación y desinformación masivos. Es fácil cerrar los ojos y pretender no sentir, y es también comprensible, porque el dolor puede ser a ratos abrumador.


Cansados estamos también de manipulaciones sociales, y es lícito dudar incluso acerca de si la tremenda mediatización del tema climático responde a algún interés de la élite gobernante, interesada quizás en el uso de la masiva respuesta emocional de impotencia, ira y frustración para sus propios fines. Sin embargo más bien parece que los medios y sus córvidos acompañantes sólo echan leña a este fuego ineludible debido a su propia e incontenible avidez sensacionalista. Dadnos “me gusta” y suscribíos, que esto empieza a quemar…Ante la ineludible amenaza nos sentimos impelidas a actuar, sabemos de sobra ya que el cambio comienza por nosotros, pero eso no parece suficiente. Puede que sintamos, como tanto ha expresado Joanna Macy (2), que la esperanza debe ser activa para sostenerse, aunque a veces, para saber por dónde hay seguir no queda otra que esperar el impulso de la ola, siendo pacientes con los procesos que se mueven en el interior.






Estos días, sin embargo, se puede percibir una renovación en este ambiente tan sofocante que ha imperado gran parte de Julio y Agosto. A diferencia de las agobiantes semanas anteriores, ahora se puede evidenciar tanto interna como externamente una sintonía con un nueva etapa que comienza dentro de este ciclo general del que estamos hablando. Dentro del marco vibratorio que nos marcan las posiciones de los planetas más lentos definiendo el ambiente energético general, arquetípicamente hemos pasado de una gran concentración de planetas en el signo de Leo (fuego fijo), a de nuevo una significativa agrupación en el signo de Virgo (tierra mutable).


Dane Rudhyar (3) asociaba el tránsito zodiacal de Leo a Virgo con la figura de la Esfinge—figura con cuerpo de león y rostro de doncella—y a la pregunta asociada a esta entidad mítica. En Virgo nos damos cuanta de que queremos ir más allá del autocentramiento de Leo y servir al orden terrestre, un orden que en esencia es Amor, pero—y aquí viene la pregunta—¿Cómo superamos a nivel general el agotamiento, la tragedia y la decepción que pueden ser consecuencia del ensimismamiento egóico de la individualidad leonina? El resultado de esta conciencia colectiva centrada en el Ego y sus consecuencias lo vemos ahora en la desigualdad mundial imperante y en la crisis climática que nos ocupa. Queremos hacer algo, queremos ser eficaces, ser parte de la solución o al menos no del problema, pero ¿cómo? ¿Por dónde empezamos? ¿Cómo conjuntar la fuerza de Leo y la pureza de Virgo a semejanza del cuerpo de la Esfinge? ¿Cómo pasar del Ego al Alma?


Estamos, de nuevo, ante un umbral.






Mucho se ha venido hablando en estas décadas de este tema, muchas enseñanzas coincidentes se nos han hecho accesibles al punto del hartazgo. Rudhyar no deja de incidir en lo que tantas voces expresan: el secreto de la acción eficaz es hacerlo desde nuestra verdadera naturaleza—el camino con corazón, que diría Don Juan—, y para ello debemos deshacernos de las impurezas que hemos ido acumulando, de las nubes que han ido nublando la expresión genuina de nuestro Sol. Se hace imperante librarnos de los condicionamientos y convencionalismos que hemos ido adoptando, incluyendo las expresiones emocionales producto de la conciencia egóica imperante en esta etapa humana, las cuales hemos dejado tener supremacía en nuestra actitud ante la vida. ¿Cuantas veces nos frustramos por lo que en esencia son naderías narcisistas y sin embargo permanecemos emocionalmente ciegos a lo que es en realidad importante? A menudo sufrimos porque nos aferramos a algo, resultados, lo que sea. En Virgo nos cuestionamos con honestidad radical y nos topamos con un dejar ir más que necesario. No queda otra que rendir los objetivos egóicos y volvemos una y otra vez aprendices, discípulas de la vida, aspirantes a iniciados...y es condición para esto supeditar nuestras inclinaciones personalistas a un orden mayor. Se hace necesaria esa discriminación tan asociada al signo, una mirada penetrante que elimina lo superfluo y lo falso, y que aspira a volvernos “vírgenes”, dueñas de nosotros mismos. Este proceso nos reinicia y nos revivifica, y también nos sintoniza con el método, la técnica necesaria, requisito fundamental para conseguir la eficiencia y la habilidad nacidas de la apertura al orden de la vida. De esta manera puede llegar la paz que anhelamos, nacida de sabernos en el camino correcto.





Para reformular todo esto con una metáfora, el tránsito progresivo por el paso estrecho de la conjunción Saturno-Plutón en Capricornio puede percibirse como una subida, desafiante y a ratos agotadora por un desfiladero de montaña. Es un paso peligroso en el que se producen frecuentes y peligrosos desprendimientos, un recorrido en el que la confianza desaparece por momentos, dudando acerca de si vamos a llegar, si todo esto merece la pena…Algo dentro nuestro nos hace saber que sí, o al menos que no nos queda otra que continuar, ya que es evidente que las rocas desprendidas han bloqueado las opciones de regreso y que es necesario continuar, a pesar del momentáneo desánimo, a pesar de que las fuerzas flaqueen por momentos. Es además en momentos así cuando nos topamos con lo que sale de nosotros en estos estados de ánimo. Nos damos cuenta de nuevo que no estamos solos en el recorrido, y con esto puede también venir la conciencia de algo que siempre se ha dicho—creo que con acierto nacido de la experiencia—: que los tiempos difíciles sacan lo peor y lo mejor de la gente. Quizá otros nos decepcionan, o algún suceso nos muestra que nuestra misma conducta no siempre es tan honorable como queríamos creer, y entonces aquí debemos darnos cuenta de algo, asumir sombra, perdonar y perdonarnos, amar y comprender la oscuridad descubierta antes de seguir adelante. Quizá al cabo, nos damos cuenta de que también nos hemos estado agotando debido a un excesivo autocentramiento. Si pasamos la prueba, hemos aprendiendo valiosas aunque igual dolorosas lecciones —como recordar, por ejemplo, aunque sea ya un cliché, que un gran poder conlleva una gran responsabilidad—. Y ahora llegamos a un punto del trayecto en el que podemos enfríarnos un poco, notamos el aire húmedo y la tierra templada que trae Septiembre. Es ahora preciso por un lado revisar nuestros pertrechos, ajustar y/o desechar carga ya inasumible, al mismo tiempo que cogemos resuello, nos reponemos, aligeramos nuestro vehículo físico y energético, como quien deja caer, de nuevo, otra piel gastada…Pero también podemos aprovechar este momento para reorientarnos, redefinir nuestro plan, ponermos en orden, examinar y confirmar nuestro método, nuestra estrategia, nuestra ruta, aquello que nos proporciona la mayor eficiencia energética para poder seguir caminando. Porque tenemos que seguir, a pesar de que la noche ya esté cayendo y el cielo muestre señales de tormenta.


Ahora tenemos la certeza renovada de que no estamos solas. Lo logremos o no, vamos a compartir el viaje con almas afines. Y ¿no se trataba de esto, del viaje? Quizá, a pesar de todo, nos demos cuenta de que llegar está siempre a nuestro alcance. Y entonces podamos seguir con confianza, dispuestas a afrontar lo que venga como una oportunidad. Una de las grandes.






(1) Como claramente distingue Ken Wilber en Después del Edén, aunque a menudo se confundan, la Gran Madre y la Diosa son dos ámbitos de manifestación diferentes del aspecto yin de la Totalidad no-dual. En la cosmovisión andina, por ejemplo el concepto de Pachamama significa "Madre del cosmos", no simplemente la "Madre tierra".


(2) La labor de Joanna Macy es amplia en este sentido, siempre en la linea de superar la impotencia frente a la crisis planetaria, afrontando el Gran giro característico de esta época. Su ultima obra traducida al español, coescrita con Chris Johnstone, se titula precisamente Esperanza activa. Como enfrentarnos al desastre mundial sin volvernos locos (Ed. La Llave, 2019)


(3) En ZODIACO. El latido de la vida. Ed. Obelisco (1982)



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Quirón y el Grial

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