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ACERCA DEL KARMA EN LA CARTA NATAL

Parece muy probable que cualquier persona que se interese por la Astrología, tarde o temprano se haga preguntas como estas:


¿Nuestra carta natal nos es asignada por azar? ¿por designio divino? ¿Responde a un despliegue global de la Conciencia? ¿Incluso a un propósito y a una trayectoria del alma individual y/o colectiva en evolución?


Aunque parezca extraño, no hay unanimidad en cuanto a responder a estas cuestiones en la comunidad astrológica. Pero no es algo muy de extrañar: tampoco hay consenso en cuanto a muchos otros temas lejos de ser tan trascendentales. Quizá por lo uraniana que es la disciplina, parece haber a veces tantas astrologías como practicantes de la misma, si se me permite la ligera exageración.

La idea de la reencarnación es asociada a menudo con Oriente, pero por el contrario (aunque con variaciones en detalle), aparte de haber estado presente en prácticamente todas las culturas nativas y tradiciones religiosas del mundo, ha sido aceptada por muchos hombres y mujeres eminentes a lo largo de la historia del pensamiento occidental. Dejando ahora de lado las propias experiencias e intuiciones —que, desde luego, se deberían anteponer a cualquier creencia por masiva que sea—hoy en día, por parte de psiquiatras acreditados y desde diversos campos de estudio (la Terapia regresiva, el estudio médico de las Experiencias Cercanas a la Muerte, la Investigación llevada a cabo sobre miles de casos de niños que recuerdan sus anteriores existencias), hay evidencias más que suficientes que confirman—para quien tenga ojos para ver—la realidad del fenómeno. Desde la Filosofía perenne o la Psicología profunda y transpersonal, la idea de la reencarnación, si no muy difundida, ha sido refrendada por figuras tan prominentes como Jung, Aldous Huxley, Stan Grof o Ken Wilber. En el ámbito hispano, Antonio Blay era muy explícito al respecto.


Más allá de banalidades respecto a si hemos sido tal o cual celebridad histórica, y lejos de distraernos mirando al pasado, por el contrario el paradigma reencarnacionista nos trae poderosamente al presente, pues nos ofrece la certeza inequívoca de que somos Conciencia, una Conciencia-océano que decide individualizarse ¿Para experimentarse?¿Para conocerse a sí misma?¿Para poner en juego su infinita creatividad? Que somos conciencia en tránsito, en viaje, vehiculizado primero en almas y luego en cuerpos físicos ya lo vieron, en nuestra tradición occidental, sabios como Platón o Plotino: lo Uno, al mismo tiempo que permanece Uno, al mismo “tiempo” se vuelve múltiple, a través de Almas-gotas inmortales de conciencia que evolucionarán en escenarios materiales como el terrestre tomando cuerpos físicos como vehículo. Entre la conciencia terrestre de nuestras identidades corporales y la Conciencia absoluta o Espíritu está la realidad del Alma; después de morir, nuestras conciencias no se funden—salvo en casos muy particulares— en una Conciencia cósmica ni con un Vacío absoluto. Más allá de esta dimensión física existen muchas dimensiones sutiles de existencia a las que acceden las almas al desencarnar, y estas dimensiones están pobladas así mismo por multitud de entidades conscientes. Como decía Giordano Bruno: “Muchas vidas hemos vivido y muchas más por delante tenemos a realizarse en cada uno de los mundos innumerables”. Al hacerlo, al mismo tiempo— escribía Rumi o explicaban Rudolf Steiner y Alice Bailey— estamos participando en la evolución de la conciencia de la propia vida material, en este caso de la conciencia de la especie humana y del planeta Tierra. Hemos elegido encarnar en este momento histórico no sólo para aprender y evolucionar individual o grupalmente como almas, sino también para contribuir a la evolución colectiva de esta dimensión de la existencia.


Desde esta perspectiva, podemos contemplar nuestra carta natal como el mapa simbólico de una etapa en este viaje del Alma. En este sentido, parece evidente que toda nuestra carta es “kármica”. No tenemos la carta que tenemos por azar, nuestra configuración energética no nos es asignada por designio divino, sino que forma parte de una secuencia, de una trayectoria de aprendizaje a nivel de alma. Y se deduce de esto, por tanto, que desde una visión transpersonal, los nodos lunares—o Plutón— no pueden ser el único factor evolutivo de la lectura astrológica (aunque efectivamente, el eje de los nodos parece sin duda jugar un papel clave y muy orientador en la trayectoria evolutiva de nuestra Alma reflejada en la carta). Todos los elementos de la carta tendrían que ver con ese proceso: los Soles, Lunas, Saturnos, Quirónes, Ascendentes…de nuestras cartas, no están ahí por casualidad, ni tampoco, obviamente, porque no quedaba otra. Parece probable que sus posiciones—nuestras cartas en conjunto—respondan de manera precisa tanto al bagaje que traemos acumulado en nuestra trayectoria como a nuestras necesidades de aprendizaje y al propósito que venimos a cumplir.


En el seminario reciente con Richard Tarnas al que mucha gente de la comunidad astrológica hispana tuvo el privilegio de asistir, al preguntarle sobre su visión acerca de la reencarnación, fue muy explícito al respecto de este tema: Nos dijo: ”En terminos de la carta natal y el karma, mi propia sensación es que la carta natal representa las dinámicas arquetipicas, los desafíos y los talentos que el Yo superior ha escogido para continuar su largo viaje kármico”. Pocas maneras hay de expresarlo de forma más sencilla y concisa.


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(Si te interesa este tema y quieres profundizar, puedes hacerlo en este otro artículo:


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Quirón y el Grial

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